La manzana está prohibida: la manzana es mala, es azul, es la serpiente
De cómo la prohibición de Dios llevó a la poesía, y la poesía llevó a la expulsión del Paraíso.
En el jardín del Edén, Adán y Eva usaban los mismos símbolos para representar lo malo, lo feo, lo azul, lo prohibido y lo no comestible. Un día bajó Dios y les dijo: “la manzana está prohibida”. ¿Eso quiere decir que la manzana es fea, es azul, no es comestible?
Dios ignoraba que esta grieta del lenguaje sería el gesto que fundaría la poesía y la traición. ¿Qué es lo mínimo que se necesita para formular un mensaje poético, y cuáles son sus consecuencias?
Bienvenid* de vuelta a Cuarto Piso. Espero que estés muy bien.
En la página 395 de sus Fundamentos de lingüística, Raffaele Simone cuenta que Saussure había imaginado una lengua compuesta por sólo dos palabras, entre las cuales se repartiría la totalidad de los significados posibles:
“Sinónimos como redouter ["recelar"], craindre ["temer"] y avoir peur ["tener miedo"] no tienen valor propio más que por su oposición; si redouter no existiera, todo su contenido iría a sus concurrentes”. Para ilustrar esta concepción con un ejemplo llevado al extremo, Saussure llega a sostener que si una lengua contase con sólo dos palabras, todos sus significados se repartirían entre ambas.
Cuando leí este pasaje de Simone, siendo un retoño que acababa de entrar a la facultad, se me ocurrió este chiste malísimo que posteé en mi muro de Facebook:
Por supuesto, ninguna lengua funciona así en la realidad. El experimento de Saussure sólo apuntaba a demostrar su teoría del valor (“un signo es lo que otros no son”) imaginando una lengua sólo compuesta de dos “palabras” diametralmente opuestas, en donde cada palabra condensaría el 50% de la experiencia humana.
Esta lengua tan simple nos obligaría a dividir en dos grupos los sustantivos, los adjetivos, los verbos, los pronombres como "tú" y "yo" (¿en qué grupo irían "él" y "ella"?)… en suma, nos obligaría a dividir en dos grupos todas las palabras para referirse a la arquitectura, al fútbol, a los pájaros, a las frutas, al folklore, a las nubes, a los derivados financieros, a la botánica, y a todas las fórmulas necesarias para saludar, prometer, mentir, alabar, rezar o insultar.
Este ejemplo extremo sirve para ilustrar lo que Saussure sostiene: la lengua no es más que un sistema de oposiciones. Lo cual es una postura que satisfizo a mucha gente mucho tiempo, y que para muchas cosas —por ejemplo, para estudiar los sonidos de la lengua— fue realmente muy útil.
Una vez asimilada la enseñanza de Saussure, se puso de moda discutir todas sus abstracciones. Lo cual es válido y necesario. Pero Mijail Bajtin nos recuerda:
Este tipo de abstracción científica es en sí absolutamente justificada, pero con una condición: debe ser comprendida conscientemente como una abstracción y no ha de presentarse como la totalidad concreta del fenómeno; en el caso contrario, puede convertirse en una ficción.
La lengua de Adán y Eva
En 1971, Umberto Eco escribió un curioso ensayo breve, que decidió agregar como apéndice a uno de sus libros más famosos, Obra abierta. El ensayo se llama “Generación de mensajes estéticos en una lengua edénica” y es, precisamente, como dice Bajtin, una ficción sobre la lengua.
Eco imagina la llegada al mundo de Adán y Eva. Desnudos, a la intemperie, en armonía con el mundo y rodeados por una naturaleza exuberante, la primera tarea que encaran al llegar es inventar un código para poder comunicarse.
Adán y Eva dividen todo su pequeño mundo en una serie de seis “pares opuestos” que les sirven para poder expresar sensaciones o juicios sobre todo lo que los rodea. Estos pares opuestos son:
Sí vs. no
Comestible vs. no comestible
Bien vs. mal
Hermoso vs. feo
Rojo vs. azul
Serpiente vs. manzana
Para poder transmitir estos significados, Adán y Eva necesitan un sistema de sonidos. La lengua edénica se compone de solo dos sonidos, A y B, que se combinan siguiendo una sola regla: se emite un sonido (digamos, A), al cual le sigue una cierta cantidad de ocurrencias del sonido contrario (digamos, B), y se finaliza con el primer sonido (digamos, A).
Expresiones “bien formadas”, es decir, “palabras” morfológicamente correctas, serían las siguientes:
ABA = comestible
BAB = no comestible
ABBA = bien
BAAB = mal
ABBBA = serpiente
BAAAB = manzana
ABBBBA = hermoso
BAAAAB = feo
ABBBBBA = rojo
BAAAAAB = azul
Existen, además, dos operadores que sirven para todo:
AA = sí
BB = no
Estos operadores pueden significar permiso/prohibición, existencia/inexistencia, aprobación/desaprobación, etcétera.
Adán y Eva intuyen que, siguiendo la única regla gramatical, pueden formar más palabras (por ejemplo, ABBBBBBBBBBBBBBA). Pero no tienen necesidad de eso: no tienen más cosas que nombrar. “Viven en un mundo pleno, armónico, satisfactorio, no sienten crisis ni necesidades” (Eco, 1984, p. 302).
En esta lengua, como en la nuestra, se pueden formar oraciones simplemente juntando palabras:
BAAAB ABBBBA = “la manzana es roja” (literalmente “manzana roja”, pero se entiende)
Naturalmente, cada elemento se vuelve interpretante de otro, generando una cadena connotativa del tipo:
sí = comestible = bien = hermoso = rojo
no = no comestible = mal = feo = azul
En algún punto, la lengua de Adán y Eva nos recuerda a aquella lengua que imaginó Saussure. Como dijimos, la lengua de Saussure nos obligaba a dividir toda la experiencia humana en dos “palabras” que se reparten entre sí todos los significados. En el caso de la lengua edénica, pareciera que tenemos un poco más de libertad: al menos Adán y Eva armaron seis “categorías” binarias para clasificar a todas las cosas del mundo.
Además, como vimos, hay una peculiaridad: cada concepto remite inmediatamente a otros. Adán y Eva entienden que todo lo rojo posee también, de alguna manera, la cualidad de ser hermoso, comestible, bueno, y “AA” (permitido, existente, aprobado, etcétera). Y, por el contrario, todo lo azul posee también la cualidad de ser feo, no comestible, malo, y “BB”.
A diferencia de la lengua de Saussure, en la lengua edénica existe la connotación: un encadenamiento entre conceptos afines, es decir, entre todos aquellos conceptos que pertenecen a un mismo “hemisferio” de la experiencia humana. La connotación es común a todas las lenguas humanas, y será la causa de que la lengua edénica, tan inocente en apariencia, estalle por sus propias contradicciones. Pero no nos adelantemos.
Esto es todo lo que hay que saber sobre el funcionamiento de la lengua edénica. Es una lengua sencilla, que hasta acá parece sólo una sopa de letras. Pero Eco se hace una pregunta interesante: ¿cómo se podría usar esta lengua para generar mensajes estéticos?
En otras palabras, ¿qué requiere esta lengua tan simple para poder expresar belleza?
Las palabras y las cosas
Un día Adán quiere decir “rojo”. Para eso, usa la siguiente expresión:
ABA
Recordemos que ABA, originalmente, no quiere decir rojo sino comestible. Y sin embargo, algo resulta apropiado en este extraño uso de la palabra ABA. Adán sabe que todo lo rojo también es, de alguna manera, comestible (y bueno, y permitido, etcétera). Por lo tanto, se siente habilitado a decir una cosa por otra.
En este sencillo acto, Adán ha descubierto una forma embrionaria de la metáfora.
Sin embargo, no hay mucho más lugar para la creatividad en esta lengua. Todas las oraciones que pueden emitir Adán y Eva son de dos tipos: tautologías (ABBBBBA ABA, “lo rojo es comestible”) o contradicciones (ABBBBBA BAAAAAB, “lo rojo es azul”). Por este motivo, sus oraciones no son juicios factuales: no añaden “nueva” información sobre el mundo. Las palabras son las cosas y las cosas son las palabras.
Un día Dios los visita y emite el primer juicio factual. Dios dice:
BAAAB BAB – BAAAB BAAB
El sentido de lo que Dios quiere decir es lo siguiente:
Ustedes piensan que la manzana pertenece a la categoría de las cosas buenas y comestibles porque es roja; en cambio, yo les digo que no es comestible, porque es mala.
Esta es la primera sentencia realmente original que se pronunció en el Paraíso. En otras palabras, esta es la primera oración que, usando este código, comunica una noción desconocida a los oyentes.
Lo que hace Dios en este acto es crear cultura. En palabras de Eco:
[Dios] presenta el primer ejemplo de trastorno del presunto orden natural de las cosas. ¿Por qué una manzana, que es roja, no debe ser comestible como si fuese azul? Pero Dios quiere crear cultura y, al parecer, la cultura nace con la instauración de un tabú universal. (p. 304)
Demás está decir que no nos es dado refutar a Dios, porque se lo considera fuente de valores y Creador de Todas Las Cosas. Por lo tanto, Adán y Eva deben tolerar este ligero reajuste en el código, según el cual
rojo = comestible = bien = hermoso = sí
serpiente y manzana = no comestible = mal = feo = no
De lo cual se deriva fácilmente que
serpiente = manzana
Puestos frente a la manzana, Adán y Eva perciben una contradicción evidente. La manzana, que es visiblemente “roja”, no puede asociarse a la cadena connotativa de lo “rojo”, porque es, de alguna manera, “azul”. No pueden señalar directamente a la manzana y decir “esto es rojo” porque también es cierto que “esto es azul”. Lo que en el ámbito de la denotación parece correcto, en el ámbito de la connotación es una contradicción (peor aún: es un pecado).
Su lenguaje les obliga a hacer un rodeo para poder referirse a la manzana. No se sienten cómodos con la expresión “BAAAB ABBBBBA BAAAAAB” (“la manzana es roja, es azul”). Preferirían hallar una palabra que evite los riesgos de caer en una oración contradictoria. Y dicen:
ABBBBBABAAAAAB (el rojoazul)
Esta palabra produce en Adán y Eva una inmediata fascinación. Están cautivados con su sonido insólito, su forma, su concisión, la extrañeza de toda su aparente ambigüedad: no sólo en su contenido, que es esperable, sino también en su forma. ¿Es rojo? ¿Es azul? Con esta palabra, el lenguaje se ha vuelto reflexivo: atrae la atención sobre sí mismo y no sobre el mundo que lo rodea.
Por primera vez en su vida, Adán y Eva miran más las palabras que las cosas.
Se gesta la rebelión poética
Adán examina de nuevo la palabra rojoazul y nota en su interior, casi en el centro, la secuencia BAB, que significa no comestible:
ABBBBBABAAAAAB
Curioso: rojoazul, palabra inventada específicamente para referirse a la manzana, contiene en su propia forma la indicación de su “no comestibilidad”. De una de las connotaciones posibles de la manzana, pasa a ser un elemento de la forma de su expresión, de su “palabra”, de su significante. ¿Qué implica esto?
Adán siente cómo crece en él una cierta excitación por la manzana. Después de todo, al ser el único fruto prohibido del Edén, la manzana tiene cierto appeal (el juego de palabras es de Eco). Más aún: esta fruta prohibida permitió el nacimiento de una palabra inédita (¿prohibida?).
Para Adán, la pasión por la manzana es la pasión por el lenguaje. Toda esta cuestión de la manzana está rodeada de un halo de misterio que él difícilmente puede ignorar, y que, tras la prohibición de Dios, lo obligó a detener su atención sobre dos cosas que antes pasaban desapercibidas (la manzana y el lenguaje).
Un poco a ciegas, se anima a explorar esta pasión y a profundizar su búsqueda estética. Y lo hace por el lado de la forma. Adán trepa a un peñasco y, sobre una piedra, escribe:
ABBBBA, que quiere decir “rojo”, pero lo escribe con el jugo de ciertas bayas azules.
Y luego escribe
BAAAAB, que quiere decir “azul”, pero lo escribe con el jugo de ciertas bayas rojas.
Adán sabía que ABBBBA (rojo) podía funcionar como una metáfora de la manzana; luego de la prohibición de Dios, BAAAAB (azul) también cumple esta función. Pero, mediante esta última obra, Adán intensificó la metáfora: esta ya no sólo opera al nivel de las palabras, sino al nivel de los objetos mismos de los que el mensaje se compone: las bayas azules, las bayas rojas… el proceso de semiosis ilimitada está en curso.
Adán prueba otra cosa. Pronuncia:
ABBBBBBA
Con seis B. Una secuencia que, hasta entonces, era inexistente. Se parece mucho a ABBBBA (rojo), pero con un énfasis especial. ¿Qué quiere decir este énfasis? ¿Más rojo que todos los rojos? Por ejemplo, ¿la sangre? Y así, motivado por esta palabra que parece ser más roja que todos los rojos, Adán empieza a prestar atención a la gama de rojos que lo rodean: percibe gradaciones, rojos más suaves y rojos más fuertes, rojos que quizás merecerían expresarse con esta nueva palabra, enfática y misteriosa. Las innovaciones en la forma de las palabras lo han llevado a percibir diferencias en sus contenidos. Su trabajo estético con el lenguaje —su trabajo poético— ha logrado expandir su percepción, ha enriquecido el mundo que lo rodea.
Animado por estos descubrimientos, Adán quiere expresar algo más complejo. Piensa en componer un poema que exprese: “que no comestible es el mal, que es manzana fea y azul”. Y recita:
BAB
BAAB
BAAAB
BAAAAB
BAAAAAB
De su recitado surgen dos curiosas características. Por un lado, un crecimiento progresivo de las secuencias (un ritmo), y que todas las secuencias terminan con la misma letra (una rima).
El efecto del ritmo y la rima sorprenden a Adán como una revelación divina: ¡el mandato de Dios era cierto! La maldad de la manzana se verifica en la congruencia de la rima, en el ritmo de la poesía que ha logrado. Percibe que la manzana, como todas las cosas malas (BB), termina también con B.
El primer efecto que logra sobre él este poema es convencerlo de que el lenguaje es un hecho natural, es icónico, analógico, nace de oscuras onomatopeyas del espíritu. Adán ha entrado en un trance místico. La poesía refleja la voz de Dios. Y desde el momento en que empieza a manipular el lenguaje, él mismo se siente una especie de Dios.
Eva no se queda atrás. Ya se ha producido el encuentro con la serpiente, que ha hecho mella en el espíritu de Eva (aunque no sabemos todavía con certeza cómo). Ella le discute a Adán, queriendo expresar: “es curioso que la serpiente (ABBBA) tenga la misma desinencia que las palabras que significan hermoso, bueno, rojo”. Para demostrarlo, recita
ABBA
ABBBBA
ABBBBBA
ABBBA
“Bueno, hermoso, rojo — es la serpiente”.
Eva vuelve a plantear el problema que Adán parecía haber resuelto: ¿cómo es que, si la serpiente es mala, conserva la forma de todas las cosas buenas, que empiezan y terminan con A?
Adán retruca con una sola expresión:
BAA-B
Dejando abierta la posibilidad de llenar ese espacio vacío con un silencio (que sugiere “mal”), o con una A (“manzana”). Eva retoma esta expresión, y recita cantando:
ABBBA
Se detiene con la voz en la última B, elevando su tono como una soprano de ópera. No llega a saberse si ha cantado ABBBA (“serpiente”) o simplemente ha estirado la última B, dando ABBA (“hermoso”).
Adán y Eva quedan inquietos: han descubierto la posibilidad que tiene el lenguaje de generar ambigüedades y engaños. Y el lenguaje mismo, al ser imagen del mundo, no puede disimular que el propio mandato divino también ha creado significados engañosos. El lenguaje parece disgregarse en sus manos. Y Adán entona:
ABA BAB
ABA BAB
ABA BAB BAB BB B A
BBBBBAAAAAABBBBB
BAAAA
AA
Dice Eco:
El poema de Adán ha explotado en un torbellino de palabras en libertad. Pero, en el momento en el que reconoce haber inventado palabras incorrectas, Adán consigue entender mejor las palabras correctas [...]. Sólo en el momento en el que viola el código, pasa a entender su estructura. (p. 310)
Generando palabras “incorrectas”, Adán se da cuenta de que, en definitiva, todos sus ensayos anteriores seguían respetando las posibilidades de la única ley gramatical de su lengua: empezar con A, seguir con B, terminar con A. Rompiendo esta ley, descubre que podría proponer otras: por ejemplo, ubicar infinitos sonidos iniciales y finales, donde palabras como “BBBBBAAAAAABBBBB” serían perfectamente posibles… a través de un nuevo lenguaje, un “loco mecanismo” libre y renovado, Adán ha descubierto la arbitrariedad del signo.
Adán pasa largas horas inventando las secuencias más inverosímiles, imaginando el color de las vocales, jugando con la forma y el movimiento de cada letra, practicando la irregularidad de los sentidos, dejando que la obra sustituya lentamente al autor, haciéndolo desaparecer tras su propio poema.
La verdadera expulsión del Paraíso
A través de la experimentación, Adán y Eva han descubierto que el orden del lenguaje no es absoluto. Ya se ha sembrado la duda sobre el encadenamiento original: el de las secuencias significantes de la connotación, que alguna vez supieron formar (¿ya no?) todo su universo cultural de significados. Mediante la exploración de las palabras, han podido quebrar el mundo de las cosas. Todo se ha relativizado: el mandato absoluto de Dios, que en definitiva es quien les legó el lenguaje, empezó a resquebrajarse en el momento mismo en el que Dios introdujo en este mismo lenguaje un tabú, una sutil pero fundamental alteración en la secuencia significante.
Roman Jakobson, en un ensayo fundamental, se pregunta qué es lo que hace que un mensaje verbal pueda ser considerado una obra de arte. Esta es una cuestión central para la lingüística, porque “la lingüística es la ciencia global de las estructuras verbales” (1960, p. 350). Jakobson señala que la función poética de cualquier mensaje es aquella que vuelve su atención sobre el mensaje mismo.
Adán es “víctima” de este lenguaje, de la potencia corrosiva y subversiva de este lenguaje. El gesto de Dios se multiplicó, “contaminándose” a través del propio código, gracias al trabajo experimental que Adán y Eva desplegaron por turnos.
Ellos, acostumbrados hasta entonces a recibir su ración de agua sólo de los frutos rojos, descubren el agua: y ven que el agua es azul, que es buena, que es bella, se enamoran de ella. Van descubriendo nuevas cosas, nuevas gradaciones de las cosas. Y ahora, siendo expertos en el manejo del código (es decir: siendo poetas), pueden inventar fácilmente palabras para nombrarlas. El mundo se va ensanchando a la par de su lenguaje. Y finalmente descubren que no existe el Orden: hay muchos órdenes, que de vez en cuando son alcanzados por el desorden.
Así nace una pregunta decisiva, ahora perfectamente justificada por las rotas cadenas de la connotación:
¿Quién ha dicho que la manzana no sea comestible?
Adán y Eva salieron del Edén mucho antes de que Dios los expulsara. Dijimos que Dios había cometido un error al turbar la sencilla armonía de su mundo con la ambigüedad de una prohibición que, al igual que todas las prohibiciones, debe prohibir algo deseable.
A partir de este sencillo gesto se inició la historia de la tierra. La cultura nace como el desorden del orden natural, la pérdida de la inocencia original. Pero la pérdida de esta inocencia es la que nos permite habitar el mundo.
Cuando las paredes parecen cernirse sobre nosotros
Esta entrada está inspirada en una conversación que tuvimos con mi amigo Nawel, a propósito de un debate surgido en el XX Café Literario: el poder subversivo —digámoslo ya, político— que tiene la poesía.
Creo recordar que, en una nebulosa de conversación y bastante cerveza, acordamos con Nawel en un punto importante: la necesidad de cultivar el poder inventivo y corrosivo del lenguaje a través de la experimentación lúdica, desinteresada, errática, como la del propio Adán de esta historia. Más todavía hoy, cuando la lengua del odio reduccionista, del resentimiento y de la exclusión alza paredes que parecen cernirse sobre nosotr*s. Estas paredes no son las paredes de un paraíso, sino las de un purgatorio deshumanizante y cruel. Lo sabemos porque ya lo hemos vivido muchas veces.
Le quiero dedicar esta entrada a Nawel, esperando no haberlo malinterpretado (aunque, a nuestros efectos, tampoco sería muy grave si lo hice).
Gracias por leer hasta acá. Te dejo un abrazo virtual y hasta la próxima.
Patricio
zapato árbol zapato árbol
Gran comienzo de domingo con esta nota.